Blog de Gustavo A. Ramírez Castilla

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jueves, 5 de mayo de 2011

El mito de la energía nuclear; riesgos para la vida, el planeta y la nucleoeléctrica de Laguna Verde, Veracruz

Por Gustavo A. Ramírez Castilla
La razón para la construcción de plantas de energía nuclear es mejorar la calidad de vida de la humanidad mediante la generación de grandes cantidades electricidad a bajo costo y no contaminante. Pero la paradoja es que al fin de cuentas esa premisa fundamental no se cumple. Es decir, el costo social de proveer de energía eléctrica a fabricas, negocios, hogares y oficinas es tarde o temprano la muerte de miles de personas, la alteración genética de millones de humanos, animales y plantas; la contaminación del agua, el aíre y el suelo; en fin, la condena a vivir décadas de una vida llena de contaminación, enfermedades, sufrimiento y deformidades genéticas. . ¿Recuerdan la varilla contaminada con Cobalto 60 que se usó en la construcción de casas en 1984? ¿O la leche contaminada por la radiación de Chernoíl, que importó México de Irlanda el 26 de abril 1986?

La primera planta nuclear para uso comercial se construyó en Inglaterra, la misma nación que inició la Revolución Industrial, el año 1956. El entusiasmo por la energía nuclear se apoderó del mundo cuando se comprobó que 1kg de uranio rendía lo mismo que 100 toneladas de carbón. Además no contaminaba la atmosfera con dióxido de carbono. Así, en tan sólo 34 años había 420 reactores nucleares en 25 países.

Para los que somos ignorantes de la física nuclear existe la creencia que los reactores nucleares generan electricidad directamente de la fisión nuclear, es decir, de la separación de los átomos de uranio y otros materiales radiactivos. Pero la realidad no es así. La fisión en este caso, permite generar grandes cantidades de calor a partir de un combustible radioactivo. Ese calor calienta agua a altas temperaturas transformándola en vapor. Es el vapor a presión el que hace rotar las turbinas convencionales que forman el campo magnético que produce electricidad en las plantas nucleares. Es decir, lo que es nuclear es el combustible, no la electricidad. Se usa un combustible de última generación para crear energía térmica que a su vez se convierte en energía mecánica y por su intermedio en energía eléctrica. Esta aplicación fue descubierta el siglo I por el ingeniero y matemático griego Herón de Alejandría. Su invento la Aeópila, un dispositivo que rota sobre su eje al expulsar vapor por unos tubos dispuestos en torno a un contenedor de agua, calentada por un mechero, fue descrita en su obra Spiritalia seu Pneumatica. Este invento no tuvo aplicaciones prácticas y permaneció en el olvido durante siglos, hasta que en el siglo XII se describieron máquinas de vapor para un órgano y en 1543, para navegación, por Blasco de Garay. Otras máquinas de pistones se desarrollaron entre los siglos XVII y XVIII en Europa, hasta que en 1769 James Watt patentó su máquina de vapor, una de las bases de la Revolución Industrial.
Otros mitos en torno a la energía nuclear son que los reactores no contaminan y su manejo es seguro. Pero la historia demuestra lo contrario. Uno de los más graves problemas son los desechos del combustible radioactivo agotado, que emiten radiación nociva para la vida, incluso durante miles de años. Existen diferentes técnicas de manejo que van desde el reciclaje para aplicaciones civiles o militares, el almacenamiento temporal en las mismas plantas, el almacenamiento geológico profundo – en cavidades naturales o minas agotadas- y, más recientemente, la transmutación, que propone su reprocesamiento mediante técnicas complejas, para ser re aprovechados como combustible sustituto del petróleo. El confinamiento de la basura nuclear se hace en bidones y depósitos subterráneos sepultados en hormigón. Hay desechos de baja actividad, como los producidos por hospitales, y los de alta actividad procedentes de los reactores y armas nucleares. Aunque se asegura que los contenedores son resistentes, está latente el riesgo de que movimientos telúricos u acciones terroristas los fisuren, causando fugas nocivas. Los países con centrales nucleares tienen basureros nucleares, pero en años recientes varios de ellos han optado por exportar sus desechos a países lejanos, principalmente del llamado tercer mundo. África y América Latina están entre los preferidos, aunque poco se sabe de la localización de estas fuentes potenciales de contaminación radiactiva. Alemania ha reportado incremento de cáncer en las poblaciones cercanas a algunos de sus basureros. Somalia se encuentra en una situación similar. Es de esperarse que en los países pobres el manejo sea deficiente y más riesgoso. También se ha contemplado sepultarlos en la Antártida, pero científicos advierten que el calentamiento producido por reacciones químicas podría derretir el hielo y aumentar el nivel del mar.

El informe sobre “Los peligros de los reactores nucleares, los riesgos continuos que entraña la energía nuclear en el siglo XXI”, preparado para Greenpeace por Helmut Hirsch; Oda Becker y Antony Froggatt, destacados especialistas en temas nucleares; advierte que la vida media de los reactores es de 22 años. El envejecimiento de las plantas supone un alto riesgo para la seguridad, además de los inherentes al diseño defectuosos (del cual presentan un análisis detallado), que no pueden ser solventados mediante programas de mejoras. Un accidente puede liberar radiación superior a la de Chernobíl en 1986, provocando la reubicación de miles de personas e incrementando hasta un millón las muertes por cáncer. A pesar de esta advertencia, muchos países han optado por mantener funcionando las centrales más allá de su vida útil, aumentando la potencia de sus reactores activos, disminuyendo la inversión en seguridad. Se advierte también la propensión a ataques terroristas, como la colisión de aviones. Llama la atención que este informe no pondere lo que creo es el mayor de los peligros: el error humano. Por más mecanismos de seguridad e inteligencia computarizada que se puedan instalar, el hecho es que los reactores son controlados por seres humanos. Y es un hecho que por más cuidados que se tengan, la falla humana llegará en cualquier momento. Esto ya ha sucedido antes, el caso más conocido es el de Chernobíl, donde la desgracia devino no de uno, sino de una serie de errores humanos y situaciones no previstas, que se sucedieron en cuestión de minutos.

El 26 de abril se conmemoró el 25 aniversario de tan lamentable acontecimiento, teniendo como telón de fondo la reciente explosión de los reactores nucleares de la Planta de Fukushima. Estos últimos impactados por el terremoto del 11 de marzo, con consecuencias catastróficas para Japón. Es lamentable comprobar que el hombre, es el único animal que no aprende de sus errores pasados. Somos una especie tan arrogante que vivimos la ilusión de poder controlar a la naturaleza. Hoy vemos las terribles imágenes de Chernobíl convertido en un paisaje dantésco, yermo e inhóspito. La radiación allí hace imposible la vida humana. Animales y plantas han sido alterados genéticamente, la economía de una amplia zona ha sido destruida y sus habitantes están condenados a consumir alimentos contaminados de por vida. Japón no aprendió la lección de las bombas atómicas. Aunque se levantó portentosa de esa tragedia, hoy enfrenta un reto mayor: la desconfianza de los consumidores de productos japoneses que ya no sentiremos confianza de adquirirlos por temor a contaminarnos. Su economía, su tecnología, su tradicional forma de vida; es decir, su civilización, ha sido afectada en grado mayor por las explosiones de sus reactores nucleares, que por el terremoto y tsunami. También como en los años cuarenta del siglo pasado, las consecuencias de la radiación se sufrirán dentro de unos años y en las generaciones por venir. La palabra del gobierno y de los científicos que aseguran que no hay de qué preocuparse, no es una garantía.

En México tenemos que ocuparnos como ya lo hacen otros países, de evitar a tiempo que el error humano o la naturaleza, pongan en peligro la vida de cientos de miles de personas que habitamos en torno a la central nuclear de Laguna Verde, en Veracruz. Esta nucleoeléctrica entró en operación en 1989, en 1995 lo hizo el reactor 2. Es decir, que el reactor 1 ha operado durante 22 años, el límite justo de su vida útil, y el reactor 2 se acerca. Sin duda esta planta ha contribuido al fortalecimiento del país, aunque no puede decirse lo mismo de la región que sigue sumida en el subdesarrollo de décadas. Ahora los esfuerzos deben orientarse hacia el desarrollo de fuentes de energía alternativa limpia. Es un momento oportuno de hacer realidad el cierre definitivo de la planta nuclear de Laguna Verde, ahora que aun no hay graves daños que lamentar. Es deber de las autoridades actuar en forma racional, justa y en atención al mayor interés de la nación, que es la vida de sus habitantes. Ninguna economía, proyecto o ley deben estar por encima del valor fundamental de la vida humana. Si la continuidad de la central nuclear de Laguna Verde cuesta al menos una vida, o la salud de una sola persona; entonces no vale la pena su existencia.
Aprendamos de la historia. ¿Quién quiere ver el paraíso tropical veracruzano convertido en un desierto nuclear dentro de 10 ó 100 años?
gustavoramirezc@gmail.com

Sitios web recomendados:
http://www.greenpeace.org/raw/content/espana/reports/los-peligros-de-los-reactores.pdf
http://es.wikipedia.org/wiki/Energ%C3%ADa_nuclear#Tratamiento_de_residuos_nucleares
http://ngm.nationalgeographic.com/2006/04/inside-chernobyl/stone-text.html
http://www.elmundo.es/especiales/chernobil/
http://totallycoolpix.com/2011/01/chernobyl-25-years-later/
http://www.ejournal.unam.mx/cns/no47/CNS04705.pdf